Realmente nos hemos preguntado: ¿para qué si sirve la Constitución? y ¿ por qué muchísimas veces no se cumplen sus normas al pie de la letra?
Simplemente porque estas deben ser creadas por el poder soberano y dentro de ellas debe existir la voluntad ciudadana de hacer las cosas no solo bien, sino mucho mejor y políticamente correctas.
Una Constitución es la Ley fundamental y suprema de un Estado, que organiza el poder político, establece los derechos y deberes de los ciudadanos y define la forma de su gobierno.
También podemos decir que es la norma que guía a un país, regula el ejercicio de los poderes y es la base para crear otras leyes, las cuales no pueden contradecirla.
La actual Constitución impuesta, que tenemos los panameños a partir de 1972, fue producto de un golpe de estado en 1968 y no producto de la voluntad ciudadana.
En ella se establecieron una serie de imposiciones, que generaron acontecimientos que marcaron nuestro destino -y aún lo sigue marcando-. Y es que, después de su imposición en 1972, han pasado 53 años de sudor, lágrimas y estallidos sociales.
Ahora bien, nos preguntamos, si esto ha sido así, ¿por qué seguimos con la misma constitución? Será que quienes nos han gobernado son producto de ese autoritarismo, o son personas que no creen en la voluntad del soberano y piensan que los soberanos son ellos al llegar a tan respetada posición, pero que en el fondo no tienen la mínima idea de lo que significa ser un “Presidente” de una Nación.
En este sentido surge lo que llamamos causa y efecto.
Comprendiendo que la relación de causa y efecto es la conexión entre un evento inicial (Constituyente) y el resultado que lo produce (Constitución), donde la causa es la razón por la que algo sucede y el efecto es lo que pasa como consecuencia.
La conclusión sería: ¿qué fue primero?
Y la pregunta sería: ¿para qué sirven las Constituciones después de haber sido creadas o emanadas del pueblo que es el verdadero soberano?
En palabras de Enmanuel J. Sièyes: “El poder Constituyente todo lo puede. No se encuentra de antemano sometido a ninguna Constitución. Por ello para ejercer su función, ha de verse libre de toda forma y de todo control, salvo las que a él mismo le pluguiera (desearía) adoptar”.
