Hoy quiero hacer algo que usualmente no hago en esta columna: felicitar. Y lo quiero hacer porque son felicitaciones más que merecidas en tiempos de indolencia e indiferencia. Llevo semanas viendo cómo estudiantes y docentes de la Universidad Autónoma de Chiriquí (Unachi) y ciudadanos de la provincia chiricana han dejado momentáneamente sus celulares para ir a las calles y pedirle al primer obrero del país –o sea, a Laurentino Cortizo– que vete el adefesio que le daría legalidad a una ilegalidad: permitir que la rectora de la institución tenga oportunidad de reelegirse por tercera vez.
